domingo, 30 de agosto de 2009

Hablar con la Virgen


Hoy hablaba con la Virgen y le contaba mis frustraciones, mis angustias, mis dolores y mis miedos. En otras palabras, le presenté a la Mater un rosario.

Pero en lugar de ofrecerle un rosario de oraciones y flores, como un hijo le debe ofrecer a una Madre cariñosa, le presenté un rosario de quejas.

Ahora que recuerdo lo que le dije, puedo asegurar que no fue nada bueno, sino sólo cosas negativas.

Y ahora entiendo por qué, al mirarla, sentí que me dijo con su eterna voz dulce:

- Yo tuve que ver a mi hijo clavado en la cruz del calvario. ¿Crees que haya un sufrimiento mayor que ése para una madre?

Entonces fue que caí en cuenta de mi egoísmo.

Ni por un momento la tomé en cuenta primero. Antes de contarle todas esas cosas, que Ella quiere escuchar de todas maneras, debí decirle primero lo mucho que la quiero y que sé lo que Ella siente por mí.

En lugar de abrazarla y besarla primero con amor de hijo, sólo le presenté mis quejas, como si Ella tuviera la obligación de escuchármelas y resolvérmelas.

La Virgen nos quiere escuchar, quiere que le contemos nuestras cosas, pero no está demás que le digamos primero que la amamos y queremos mucho. Es un simple gesto de cortesía que nos hace mucho bien.