martes, 30 de marzo de 2010

La historia de María


Parte 3 de 4

Los seres humanos somos impacientes, sobre todo cuando se trata de esperar por algo que deseamos mucho. Tal vez fuera por los problemas que habíamos vivido, porque la relación de pareja había estado sometida a una gran presión, pero lo cierto es que en ese bebé veíamos una esperanza para nuestra vida futura.

Quizás esa visión pudiera parecer egoísta, pero el amor es capaz de superar esas barreras. Por eso cada noche, durante esa semana de espera, rezamos y pedimos, una y otra vez a la Virgen de Schoenstatt que nos hiciera el milagro de interceder ante Dios y que el Señor diera vida a esa criatura que los médicos insistían en decir que no la tenía.

No fue fácil trabajar, dormir o comer, porque para ninguna de esas actividades existía el más mínimo deseo o entusiasmo. Las lagrimas surgían con rapidez y las sonrisas en cambio, estaban casi totalmente ausentes. Tratar de describir la angustia de la inseguridad escapa la capacidad de las palabras. Y sin embargo, teníamos que tratar de vencer la pesadumbre y demostrar una verdadera fe.

“Si creemos de verdad en Dios y en la Virgen” nos dijimos en una de las tantas oraciones que a diario elevábamos a los cielos, “tenemos que actuar con normalidad y creer, tenemos que pensar que nuestro bebe está vivo, así lo haría Jesús.”

Y con toda nuestra debilidad humana, decidimos creer y sentir que Dios y la Mater nos iban a tender la mano. Así pasó esa semana, creyendo en un milagro.

Y entonces llegó el día de volver al consultorio. El médico, con su acostumbrada actitud profesional, se aprestó a colocar el aparato de ecosonograma en el vientre de mi esposa que apretó mi mano con nerviosismo. Todos miramos a la pantalla y esperamos.

Entonces apareció la figura, pero la mirada del doctor fue preocupante. En un murmullo lo primero que le escuché decir fue: “no veo nada aun.”
Sentí que el mundo se me venía encima, pero el médico decidió insistir: “Déjenme tratar de nuevo.”