martes, 23 de abril de 2013


No es importante quien es el mensajero, si  ama al Señor.

A veces nos inclinamos por los famosos, las celebridades, o quién sabe lo que impulsa  nuestra selección.
Pero nos olvidamos de que el Señor enciende los corazones de aquellos que quiere y que depende de nosotros prestar o no atención.

Este es un ejemplo de alguien escogido por Dios para esparcer su palabra, y estoy seguro de que con su amor a la Iglesia, nuestra maravilloso fundador, el Padre Kentenich, me habría pedido que tratara de averiguar lo más posible sobre este ejemplo, ya que nuestro fundador fue tan amplio, tan cuidadoso, tan dedicado que nos motivaba desde todos los ángulos.


El ejemplo de San Antonio de Padua


Un día, en ocasión de una ordenación, un gran número de visitantes frailes dominicos fueron de visita al convento franciscano en Italia donde vivía el fuuro santo, y hubo un malentendido sobre quién debería predicar.

Los franciscanos creían que uno de los dominicos ocuparía el púlpito, porque eran famosos por su predicación; los dominicos, por el contrario, no habían venido preparados, pensando que un franciscano daría la homilía. En este dilema, el jefe del convento, que no tenía a nadie entre sus propios frailes  adecuados para la ocasión, le pidió a Antonio, a quien su corazón le decía que era el más calificado, y le rogó que hablará todo lo que el Espíritu Santo pusiera en su mente. Antonio quiso negarse, pero no pudo y habló. Un verdadero milagro, una revelación, su sermón causó una profunda impresión. No sólo su voz rica y manera de atraer a la audiencia, sino el contenido de su discurso y su elocuencia dejaron cautivados a sus oyentes.

A partir de ese momento, Antonio fue encargado por el hermano Graciano, Ministro Provincial local, para predicar el Evangelio en toda la zona de Lombardía, en el norte de Italia.

Así atrajo la atención del fundador de la orden, San Francisco de Asís. Francisco había mantenido una fuerte desconfianza hacia los estudios teológicos en la vida de la hermandad, por temor a que podrían dar lugar a un abandono del compromiso a una vida de pobreza real. Pero en Antonio, encontró un alma gemela capaz de proporcionar la enseñanza que necesitaban los jóvenes miembros de la orden.

Fue así como Antonio se convirtió en el encargado de los estudios de la orden. A partir de entonces sus habilidades fueron utilizadas al máximo por la Iglesia. De vez en cuando él fue maestro en las universidades de Montpellier y Toulouse, en el sur de Francia, pero era como un predicador que Antonio reveló su don supremo.


Su capacidad de prédica era proverbial, a punto de ser llamado «Arca del Testamento» por Gregorio IX. Sus mensajes desafiaban los vicios sociales de su tiempo, en forma especial la avaricia y la práctica de la usura. Según los escritos de la época, sus últimas predicaciones realizadas en la Cuaresma de 1231 tuvieron un éxito popular notable. Aquejado por continuas enfermedades, perseveraba en la enseñanza y en la escucha de confesiones hasta la puesta del sol, a menudo en ayunas. La multitud de gente que acudía desde las ciudades y pueblos a escuchar las predicaciones diarias lo obligó a abandonar las iglesias como recintos de prédica para hacerlo al aire libre.

Hay que prestar atención cuando el Señor nos pide que hagamos algo, es lo que nuestro Fundador, el Padre Kentenich nos enseñó, averiguar cuál es nuestra vocación en la vida, el ideal espiritual que nos conducirá, sigámoslo. No importa lo humilde que seamos, el Señor tiene grandes cosas guardadas para cada uno de nosotros.