martes, 12 de febrero de 2013

El milagro de un hombre enamorado de Dios


Era un hombre enamorado de Dios.
EL MEDICO DE LOS POBRES
Por Gustavo Méndez
Esta es una historia real

Este médico, era un hombre muy preparado. Su nombre era José Gregorio Hernández. Pero más que contarles su biografía, les contaré una historia que les demostrará quien era este Siervo de Dios, conocido en su país natal como el médico de los pobres.
Se graduó en la casa de estudios mas importante de Venezuela en ese momento, la Universidad Central, se trasladó a París a continuar estudios de histología, patología y bacteriología. Posteriormente viajó a Alemania para estudiar Anatomía Patológica.
Volvió a Venezuela a dar clases y ejercer su profesión, pero en 1907 algo ocurre en su corazón y luego de conversarlo con el arzobispo de Caracas, se traslada a Italia donde trata de convertirse en monje de la Orden de la Cartuja. Sin embargo, al año tiene que volver, porque los rigores de la orden atentan contra su salud.
Sigue ejerciendo la medicina y la docencia y se convierte en un afamado médico de la capital venezolana. Las familias mas encumbradas lo llaman para que los trate y el responde a sus requerimientos, con una característica que lo hizo muy popular en su ciudad. El dinero que le cobraba a las personas mas ricas, nunca mas de lo prudente, lo usaba para comprar medicinas y atender a las personas mas pobres, de modo que pocas veces le quedaba algo para el mismo.
Se cuenta una historia. 
Y es que los milagros son así, pequeñas historias. Y se las repito ahora para que ustedes la conozcan. Es una historia real, la vivió una tía mía, muy querida, que nació en Caracas en 1890. Era una mujer humilde y trabajadora, que no sabía leer ni escribir, pero tenía un corazón de oro.
Por sus cualidades, la contrataron como dama de compañía de una de las familias mas ricas de la ciudad en esa época. Agustina, mi tía, se convirtió en la acompañante personal de la Señora Ayala, la esposa del entonces gobernador del Estado Miranda en Venezuela.
En 1918, llegó la gripe española a Venezuela. 
Esa enfermedad mató entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo en un solo año. Y la señora Ayala cayó enferma. Llamaron al Dr. Hernández, para que la atendiera y como ya era su paciente, no tuvo inconveniente en asistirla y ayudarla a curarse.
En una de sus visitas, el médico que era amigo de la familia, preguntó:
- ¿Dónde está Agustina? Tengo tiempo sin verla y ella siempre la acompaña señora Ayala.
La mujer respondió:
- Agustina cayó con la gripe hace unos días
- ¿Y por qué no me habían dicho nada? – reclamó suavemente el médico. Y sin más fue a la zona de servicio de la casa a ver a la enferma.
Al llegar a la habitación, encontró a la joven de 18 años muy mal, en cama, con las ventanas cerradas y con un aspecto moribundo.
De inmediato comenzó a atenderla. Abrió las ventanas, le administró medicinas para la fiebre, le ordenó tomar líquidos y que descansara.
- No cierre las ventanas ni que tenga frio, Agustina, tiene que respirar aire puro.
El doctor la visitó varios días mas. Hasta que la muchacha se recuperó y volvió a ser la misma fuerte mujer de antes.
- Doctor – dijo ella – no se como agradecerle, no tengo para pagarle su tratamiento.
El médico sonrió como lo hacía todos los días en su consultorio.
- Agustina, usted no me debe nada, lo importante es que ya está bien. Mis honorarios ya me los dio el Señor.
-Gracias doctor – la mujer tenía los ojos llenos de lágrimas.
Un año más tarde lloraría más, cuando uno de los pocos carros a motor que circulaban por la ciudad de Caracas en 1919, atropelló al médico que la había curado, y se llevó al cielo a quien aún no ha sido declarado santo, pero que cumple con todos los requisitos humanos para serlo.
El Dr. José Gregorio Hernández, el médico de los pobres en Venezuela, no deja de cuidar a su pueblo desde que se fuera con Dios en junio de 1919.
Agustina vivió muchos años más, falleció a los 104 años de edad, rodeada del amor de su familia, del mío, entre otros.
Y lo que más recuerdo es que cuando la gente hablaba de su médico y lo llamaban José Gregorio simplemente, ella decía: “su nombre era el Dr. Hernández, tengan respeto que ustedes no lo conocieron y yo sí.”
La iglesia se toma su tiempo para declarar santos a las personas, es un proceso, pero aún así, Dios permite que tengamos a esos seres especiales en el corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario