domingo, 4 de agosto de 2013

La fuerza de lo positivo

Si uno piensa de manera positiva, pone en marcha fuerzas impresionantes.

Estaba sentado frente al televisor entretenido en ese deporte masculino de ejercitar el dedo en el control remoto pasando canales para dar con algo que ver, cuando me tropecé con un programa de un predicador evangélico de los muchos que tienen espacios para transmitir sus mensajes. Les confieso que la mayoría de las veces salgo corriendo, porque no me gustan los histrionismos escandalosos cuando de Dios se trata. No me agrada ver a un hombre gritar o saltar en un escenario para convencer a otros de su contacto directo con el Señor. 

Lo que vi esta vez, era algo diferente.
Un hombre pausado, sonriente, bien vestido, con buen manejo del discurso y del idioma, dando un mensaje de Dios a la vez que de optimismo. Sus ideas no estaban llenas de conocimientos teológicos, ni siquiera podría decirse que fueran profundas, todo lo contrario, eran muy simples: hablaban de un Dios amoroso, preocupado por sus hijos, que deseaba para ellos lo mejor, y entre esas cosas, salud y prosperidad. En resumen, era un mensaje bonito.
Por eso lo escuché.

Después me paré de la silla y me fui al santuario.
En la entrada de mi casa, la Virgen Santísima, es decir, la Madre tres veces admirable de Schoenstatt preside un rincón de paz y amor. Justo en la mesita debajo de la imagen de Nuestra Señora, está la foto del padre José Kentenich, fundador del movimiento apostólico de Schoenstatt. Se le ve sonriente, tranquilo, feliz, lleno de alegría, justo así como se ve aquí. Y me di cuenta de que él tenía el secreto del Dios amoroso.

No es sólo el predicador de la televisión el que conoce el secreto de la felicidad, nosotros también: es tener confianza en Dios, sabiendo que él quiere lo mejor para nosotros y que por eso podemos ser optimistas. 

Todo el programa del predicador, se fue en enfatizar la idea de cómo Dios es bueno y desea ayudarnos; sus citas bíblicas, sus palabras, todo giraba en torno a esa idea.

Y no es que se tratara de algo original.
De hecho, el primero que lo hizo fue el propio Jesús, que siempre habló de Dios como un padre bueno y amoroso; pero en un mundo como el actual, donde las angustias y las presiones de todo tipo, están a la orden del día, que alguien retome esa idea y la comunique para aliviar los corazones de tantos que lo necesitan, me pareció un camino acertado.

Porque nosotros, los católicos, tenemos algo que va más allá de las palabras positivas de los predicadores de la televisión.
Respeto las creencias ajenas, pero insisto en decir que nosotros contamos con algo que otros no reconocen, y eso es el amor y la presencia real de la Virgen María.

La Virgen, nuestra madre, es la mayor demostración del amor y la bondad de Dios, que en el momento de sus más grandes sufrimientos, nos regaló con el cuidado permanente de una madre.

Y con ella, podemos dar un mensaje positivo, podemos recurrir a ella con alegria y esperanza en nuestras necesidades. Podemos confiar que no estamos trabajando en vano, podemos ser alegres y creer que los mensajes positivos también pueden ser nuestros.




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