viernes, 15 de junio de 2012
La Recia Mansedumbre, segunda bienaventuranza
Bienaventurados los mansos.
Cuando pienso en los mansos, no puedo menos que recordar algunos nombres:
San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, Ghandi, la Madre Teresa de Calcuta y aquí, en Miami, Monseñor Agustín Román.
Mansos, humildes de corazón, tranquilos, nunca violentos, no gritaban ni imponían su voluntad sobre nadie.
Pero que no se confunda el que lea la palabra "manso" y la equivalga a ser un pusilánime, porque todos los mencionados, tenían algo en común que compartían con Jesús, y era la firmeza, la entereza, la reciedumbre y la voluntad.
Si Dios me quiere hacer manso, que me haga manso como ellos.
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